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La Infanta Doña Cristina, Princesa del Amazonas

Abordo, en la proa, como quien conoce bien un barco, navegábamos por el gran río que se ve desde la nave de los astronautas, el Amazonas, observados desde la ribera por los yanomamis, de cabeza de franciscano antiguo y rojas pinturas ancestrales en el rostro. Un viento verde le daba en las mejillas, aquel día de hace años, cuando la Infanta Doña Cristina Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, visitaba «institucionalmente» Suramérica. La escoltaban soldados camuflados de selva, gobernadores de corbata y, ocultos en el gran bosque, los hijos de la ceiba, los masticadores de guaraná agitaban sus flechas de pluma de tucán y se decían entre sí, con admiración y respeto:

-Es la hija del Rey de España...

-Es hermosa, y ¡qué alta!

-¡Es como una amazona!

No todo el mundo, incluidos los cronistas de palacio, que escriben certeramente con tinta azul, pueden contar lo que para terminar esta galería de mujeres hoy aquí cuento. Porque la dama de la mar, que tanto se parece al abuelo, al viejo almirante de España, inolvidable, sobre todo a la hora de bajar a tierra, surcaba el río legendario que te parte la vida en dos mitades, «antes y después del Amazonas».

En tierra, mientras bebíamos zumo de papaya y sonaban tambores de cuero de potro y violines de pelo de jaguar, el chamán, que es mucho más que brujo «el sabedor y sanador» de la gran familia amazónica, donde reponíamos fuerzas, leyó a la Infanta el libro abierto de su mano ancha y femenina, de conocedora de la cultura de los nudos marineros, y le avisó en el viejo idioma gutural de su pueblo.

«Encontrará pronto el amor de su vida, Princesa» -le decía princesa, lejos del protocolo, pero sonaba bien entre la algarabía de los monos y el clamor de las papagayos- y será feliz y buena madre y tendrá muchos hijos.

Uno debe estar a todo, como el brujo de la ribera del gran río, que le aseguró inmediatamente, porque como yo, le leyó el pensamiento:

-Y será pronto, muy pronto, Princesa.

Regresamos a la agenda oficial, pero pude observar y aquí lo cuento en el día inolvidable, cómo a su regreso, río arriba ya, escoltaban a la Infanta los delfines de mirada rosa, que la leyenda cuenta que son peces de mar al sol, pero que en la noche de baile, bajo la luna, se convierten en hombres guapos, que a la sombra de un jipi japa como el que llevan los personajes de Gabriel García Márquez cuando regresan a casa llenos de amor y de misterio, a través del río Magdalena, enamoran a las niñas del Amazonas. Está claro, anoté en el cuaderno de campaña que ahora en la distancia de los años observo que se parece mucho a un libro de caza, esos grandes peces amazónicos son unos expertos en el arte y la ciencia de la seducción femenina, y la Infanta está soltera y guapa.

Cuando volvíamos a España, en el avión, uno en el séquito, de copista y de juglar de pluma, la Infanta aceptó hablar con el enviado especial. Y hablamos. Y fue cuando, entre otras cosas, me dijo:

-Nadie que me conozca bien puede decir lo que ahora te digo, que cuando me case, me casaré por amor, siempre por amor, únicamente por amor.

Más tarde, en aquella noche hermosa -lo cuento mucho, lo cuento tanto que es mi patrimonio, mi herencia vivida- de Hollywood, donde Doña Cristina, representando como siempre a España con enorme dignidad, con brillante eficacia, que es la marca de la casa, bailó sevillanas, envuelta en un mantón de Manila.

Y así fue que se nos casó la Infanta y se convirtió en la señora de Urdangarín y que hoy es, aparte de la número cinco en la lista de sucesión a la Corona de España, que no es poco, la Duquesa de Palma de Mallorca, pero, lo que más me gusta, «la madre enamorada y amorosa de sus hijos». Los que con ella trabajaron me dijeron más de una vez, por ejemplo Federico Mayor Zaragoza, cuando era director de la Unesco, o Juan Antonio Samaranch, en La Caixa, que cumple su obligación en su mesa de trabajo como la primera, y que «curra» como la que más, y que no se le nota el cansancio.

Es natural, es fuerte, directa -tímida, muy tímida- y sé de buena ley que cuando habla, habla. Es además una chica de su tiempo, a la que preocupan mucho, por ejemplo, su altura, su peso, y que se cuida «cantidad». Es licenciada en Ciencias Políticas, ha estudiado en Nueva York y sé que recuerda de forma entrañable aquellos días en que iba por la Quinta. La mar es su pasión, la más grande, que no hay más que verla a bordo, al pie de la vela, de la que ha sido olímpica en Seúl. Prefiere a la ropa de representación el pantalón corto, además, la teca a la alfombra, el zapato marino al de aguja y gusta del squash. Esquía con garbo y seguridad y se conoce la Bahía de Palma como si fuera el hall de su casa de Barcelona. Los catalanes están orgullosos de ella. Un día, Jordi Pujol, el honorable, en una entrevista privada en el palacio gótico de su trabajo, me hizo saber sonriente:

-Estamos muy contentos de que Doña Cristina sea para todos nosotros la Infanta de Cataluña.

Como los sevillanos piensan y sienten de Doña Elena. Y yo estaba allí, para contarlo también, el día que se nos casó en la Catedral de Barcelona, el cuatro de octubre del 97.

Le gusta la música mucho, a veces abandona una de sus manos de joven grumete, sobre el teclado del piano, incluso dicen que en el fondo quizá lo que le hubiera gustado ser de mayor es pianista, como la tía Irene de Grecia, que vive en casa. Iñaki Urdangarín es buena gente, muy buena gente, ha dejado de jugar al balonmano también por amor, como ella.

Serán familia numerosa, y si no al tiempo. Pero de los de cuatro para arriba. En cuanto a este cronista, decirles que me ha llenado de satisfacción hacer este retrato -el último de esta serie- justo en el día en que se cumplen los cincuenta años, cincuenta, en que escribí y publiqué la primera crónica de mi vida, aunque periodista era desde que vine al mundo, quizá desde antes, desde el vientre de mi madre. Merece la pena haberlo celebrado así, escribiendo la historia de aquel día que en la América que amo hicieron a la segunda hija de los Reyes de España, Princesa del Amazonas, aunque no lo contara el Boletín Oficial del Estado

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